El 2 de Julio de 2006 en medio de acusaciones de robo y con un margen menor al punto porcentual Felipe Calderón el candidato del partido en el poder en México ganaba la elección presidencial, derrotando así al de las izquierdas, Andrés López. El país en ese momento no imaginaba lo que se le venía encima.
Unos días atrás había sido exiliado o mejor dicho el destino me había orillado abandonar el pueblo, un terruño de apenas cien mil habitantes, siete templos, media docena de puentes viejos y campos que rodeaban las casitas descoloridas. La despedida fue cruel y llena de remordimientos. Nunca más estuve allí aún con mi regreso un año y medio después. Tú por esas fechas zarpaste a Europa con las pasiones del deporte, ella salía también con la promesa de un dios perdido en el norte del país. Nunca nos volvimos a encontrar.
Casi quince días después, el centro histórico de la capital había sido invadido por carpas de lado a lado, un paro nacional exigía el recuento, la segunda vuelta. Esa misma mañana envíe la primera carta, en un sobre lleno de dudas.
Nunca he podido rellenar espacios con direcciones correctas. Te escribía del triunfo de los tuyos, de los míos y de esos días en la ciudad del caos. De los jardines que ya no estaban y todas esas cosas nocturnas que me hubiesen gustado contarte. A veces me respondía el viento y en otras, casi la mayoría, me inventaba respuestas y tu risa inundaba el cuarto compartido.
El sobre color blanco iba custodiado por un Zapata o un Villa. Ojalá hubiesen sido unos Dorados.
Oraba, oraba mucho porque no llegara el día, no sé cuál pero no quería su arribo.