No te sorprenda entonces que un día sin razón ni consuelo comience a llamarte amor o que prepare el desayuno que más te gusta o que quizás sintonice esa estación antigua donde tocan siempre a Chuck Berry o quizás -no prometo nada- la tararee yo para ti.
No te sorprenda que tus palabras me opriman y me desarme. Me quede callado así tan tuyo como en un principio en el que no éramos y no sabía que existías.
No te sorprenda que te encuentre aletas y que hipnotizado por tu voz salte del barco. Queme las naves y esos lugares comunes y enfermos que ni siquiera han devenido.
No te sorprenda que te diga amor una tarde y me preñe de tus deseos, que ensaye olas en tu pelo y de pronto naufrague en un mar de alientos.
Que de pronto la noche inconmensurable nos cobije. Que con el tiempo me quede prendido, tan muriendo, tan en el lunar ardiente comisario de ese desierto rostro tuyo. No te sorprenda y monte como siempre una escena aclimatada en tus caderas y recorra pues las cimas de dunas ya encarnecidas. Que te desee de pronto sin sentido un lunes temprano, que me recorran las ganas de tocar tu mano a la otra orilla y nos vayamos jalando entre cuerdas, recordando, re-alisando. Que me conozca tu número de móvil y tu email de memoria y me parezca más prudente enviarte palomas con el mismo mensaje.
No te sorprenda que te amé de pronto y prometa infames destinos de futuros revueltos.
Que te busque en latas de refrescos desahuciados en la nevera. Que ya no sea poeta y mejor cocinero o caminante simplemente y que eso nos baste para seguir sin sorprendernos.
No te sorprenda ni te acostumbres vida a esa lejanía, en la que solo suena el silencio del paso, del río y su bravura.