-Adopta un perro y ponle Macho – era la primer línea de su carta suicida que llego luego de un mes por correo aéreo a mi casa de la playa. Nunca supe del todo que había ocurrido en la Patagonia, sus funerales fueron privados y muy poca información pudo cruzar el Atlántico. No como esos vientos de los que hablaba, que siempre llegan a susurrarme algo.
Macho, camina como sintiendo ese peso, como si supiera que atado a su cuello va un muerto o dos. No se da prisa en oler cualquier arbusto, en revisarlo con exhaustiva paciencia. Encuentra a veces una roca, suerte de geólogo improvisado. La entierra de nuevo y seguimos por el malecón viendo como rompen las olas, viendo chocar las gotas en el suelo. Recuerdo que dijiste eran kamikazes, que éramos una tormenta y ahora estás esparcido en un lugar que no es tu tierra, estás seco y de esa agua, o de esta que es mi mar completo ya no te queda más que llegar convertido en vidrio, en arena o en alguna perla que Macho podrá comerse fácilmente . Entonces habrá que llevarlo al médico para que le saquen ese trozo de ti atorado en el intestino. Él sabe que eres tú…